25 de julio de 2009

Puede ser que esto no le guste a mucha gente. #freemediave

Nada que no sepamos. Este es el país de la chapuza. Y la chapuza, como Frankenstein, tarde o temprano se vuelve contra su creador, chapuza incluida. Se me ocurre que el tema de los cierres de medios es un claro ejemplo, del que lamentablemente, parece que no nos vamos a escapar, porque nos guste o no, con la chapuza con la que hemos construido buena parte de nuestra industria radiofónica, pusimos la bandeja de plata.

Para quienes tenemos algún tiempo en la radio -y no es necesario tener mucho- sabemos cómo "se hacen" muchas radios fuera de los pasos reglamentarios: se invaden frecuencias libres u ocisosas, se piden habilitaciones para un tipo de servicio (póngase un servicio de hilo musical privado) y luego lo cambiamos (a una radio de señal abierta) sin actualizar permisologías, pedimos permisos para una radio de 1kw de potencia y le montamos un transmisor de 10kw (con la molestia que eso causa a frecuencias vecinas), se gestionan frecuencias como radio comunitaria -que al parecer fue o es más fácil- y después funcionan como una radio comercial cualquiera, se monta la radio en un lugar tal y un par de años se mudan a otro sitio sin estudios técnicos ni permisos, el caso de las sucesiones de propietarios por muerte o renuncia del titular (que es uno de los puntos álgidos, pero que está claro que las frecuencias son instransferibles e inhereditables), emisoras que se escuchan en todo el territorio de un estado a punta de retransmisores (cosa que está prohibida para las radios, y que curiosamente el único caso que conozco es una emisora oficial como La Voz de Guayana, que pertenece a la C.V.G.). En fin, seguro que se me quedan por fuera otras chapuzas técnicas y legales comunes. No digo que todas y cada una de las radios incurre en alguna de estas fallas, pero sí, hay muchas, muchísimas de las "novecientasypico". Porque así somos en Venezuela. Nos gusta hacer las cosas saltándonos las talanqueras, usando caminos verdes, haciendo las cosas no como deben hacerse aunque sea más largo el proceso, sino chapuceando, para que la cosa salga ya.

Si este no fuera el gobierno que es, las razones por la cuales alegan el retiro de las concesiones y/o habilitaciones a las 34 primeras emisoras de radio (y faltan), pues parecerían razonables: Como cualquier contrato, algunas de cuyas cláusulas es incumplida por una de las partes: si tenemos un contrato de trabajo que se venció el mes pasado, puede que nosotros queramos seguir trabajando y de hecho lo hagamos, pero a todas luces parecería una locura que la empresa nos siga pagando. Suena lógico, ¿verdad? Vale, no es lo mismo una empresa que el espectro radieléctrico. La empresa es de propiedad privada y no es de más nadie sino de sus dueños, y el espectro radieléctrico es de la humanidad (y no de los gobiernos) administrada por los Estados (nuevamente, no por los gobiernos). Posiciones filosóficas aparte, son procedimientos que están estipulados en la Ley de Telecomunicación.

El asunto es que este es... el gobierno que es. Un gobierno que desde hace aaaños viene cazando una guerrita con los medios de comunicación (con o sin razón, esté usted de acuerdo o no). Un gobierno que en vez de promover una vía para ponerse al día, me agarro de la pata coja y ¡zuaz! agarra ese trompo en la uña: te quito la frecuencia y todo lo que había en ella (me refiero a la programación, y todos los años de trabajo y conexión con la gente que la escucha que en algunos casos superan los 30 años), y sin derecho a pataleo. Y ojo, para quienes puedan leer desde un afecto político cercano al gobierno, esa "vía para ponerse al día" no era el "censo", que si bien era necesario para saber quiénes somos en la radio y en qué situación estamos ante Conatel, no es una herramienta ni legal ni sancionatoria en ninguna de las leyes que rigen las telecomunicaciones ni el ejercicio mediático. Pónganse que si usted no participa en el Censo del INE, no le quitan ni sus documentos ni sus derechos ciudadanos. Aplica igual. Si una radio no participó en el censo por X o Y, Conatel ciertamente debería averiguar qué pasa o qué pasó allí. Eso es válido. Lo triste es que, por la chapuza de origen el gobierno se aproveche para volarse voces que le son incómodas y les dé el argumento de la "legalidad" de sus acciones.

Creo que hay que luchar por la libertad de comunicación y la diversidad de ideas, por la verdadera democratización del espectro (que no está en quitarle frecuencias a los que ya la tienen) sino en brindar plataformas para que más gente pueda acceder al mismo (adelantar la adecuación tecnológica para la radio digital por un lado, por ejemplo) Pero también, sincerar los procedimientos de adjudicaciones por parte de las autoridades administradoras del espectro al margen de lo que ya establece la ley. Porque la falta de infraestructura para responder y velar por esos procedimientos de parte de Conatel, y el vivismo propio y encantador del venezolano son como los mochos que se juntan pa' rascarse. Hay que luchar para evitar la increíble tentación de acudir a la chapuza como proceso. Una chapuza que como dije al principio, tarde o temprano, nos guste o no, en el contexto que sea, se vuelve contra nosotros mismos.


21 de julio de 2009

Cuando no sabemos si la ficción supera la realidad (o al revés)

El otro día fui al cine con mi esposa y mis sobrinas a ver Hotel Para Perros. El asunto es que comienzan los trailers y no se escucha nada. Todos en la sala esperamos hasta que vino el segundo corte y seguía sin escucharse sonido alguno. Se me ocurre salir a avisarle a algún empleado del cine que hay una falla en la proyección y el muchacho me dice, sin pensarlo mucho, que “no me preocupara, que era normal que no hubiera sonido al inicio de los cortes, porque eso era una prueba que se hacía, y que en unos minutos comenzaría a sonar, que regresara a la sala tranquilo”. Como si yo no hubiera ido al cine nunca. Y aunque fuera la primera vez, este muchacho simplemente decidió que su flojera era más importante que el derecho de todos los que en la sala queríamos ver –y escuchar, ente caso- nuestra película, con trailers y todo.

Y es que muchas veces tenemos la oportunidad de que el cine no solo nos entretenga un rato con historias que son “de mentira”, y aunque algunas estén basadas en hechos reales, psicológicamente ponemos una barrera entre lo que le pasa a esos personajes y nuestras realidades. Es decir, lo que pasa en la pantalla, no nos pasa a nosotros. Pero muchas veces, más allá del entretenimiento, el cine nos da el chance de darnos una cachetada de realidad. Como en este caso.

Era inevitable sentirse como Angelina Jolie en “El Sustituto”, la película de Clint Eastwood sobre una madre que pierde a su hijo y la policía le devuelve otro niño y quiere hacerle creer a la madre que se trata del suyo. No importa cuánto trató la madre de explicarles a la policía, al médico, al psiquiatra que ese no era su hijo, cosa que además era facilísimo de demostrar –más allá, incluso, de la palabra de la madre-. Y este es un caso de la vida real, ocurrido en los Estados Unidos de los años 30’s, aunque la situación extrema es tan difícil de creer, tanto así como el chamo del cine que en vez de ir a avisar a la sala que la proyección fallaba, pensó que era más fácil convencerme de que si la película “no sonaba” pues era lo más normal.

“El Sustituto” de Eastwood, aparte de la protagonización de Angelina Jolie con su nominación al Oscar, y el acompañamiento del siempre impecable John Malkovich, es más que una recreación de un hecho terrible de asesinatos y corrupción policial, es una de esas películas que nos ponen a pensar en el país que tenemos hoy día. Un país en el que “la autoridad” no tiene mucha capacidad de respuesta. Y ojo, que puse el ejemplo de la proyección para que no piensen que me refiero a las “autoridades de gobierno”. Entendamos “autoridad” como cualquier persona que tenga la posibilidad y el deber de darnos respuestas. Igual que en el cine, puede suceder si usted reporta una falla de línea telefónica el técnico podrá insistir que la falla es de su aparato y no de la línea, así haya probado usted con otros teléfonos; si usted mete el carro al taller para que le cambien el parachoques y el carro sale con la bomba de gasolina dañada, el mecánico hará lo imposible para convencerle que ya esa falla la tenía, así la verdad sea que le estafaron. Por supuesto, es imposible dejar de lado las afirmaciones ministeriales aquellas de que “no hay escasez, es que la gente tiene más poder adquisitivo y agota los inventarios”.

Sin embargo, algo que me encantó en “El Sustituto” fue no solo el tesón de la madre por desafiar las instituciones que fuera necesario y siempre por las vías regulares, so pena de las más brutales represalias y vejaciones, y sin flaquear, sin pensar nunca que “eso no se va a resolver”. Y para eso hay algo indispensable: la solidaridad. Pero no la solidaridad pasiva de la compasión. Hablo de la solidaridad activa. La maestra de la escuela, el pastor de la iglesia, el locutor de la radio, hasta la “loca” del manicomio que es capaz de someterse al castigo del electroshock para defender los derechos de una desconocida, que no es “su problema”, pero lo hace suyo. Incluso el policía –curiosamente latino, en la película- que desafía a sus superiores cuando “huele” que algo está mal en la investigación –mejor tarde que nunca-.

Pensaba yo, cuando haciendo colas “madrugoneras” en la Inspectoría de Tránsito, el fiscal de turno decide poner arbitrariamente un “requisito nuevo” para tramitar algún documento, y uno protesta, otros que están en tu misma situación se quedan callados porque “puede ser que a ellos no los reboten”. Y los rebotan.

Lo bueno es que no todo está perdido. A pesar de mi cuasi apocalíptica introducción, “El Sustituto” también nos plantea esperanza, como el mismo personaje de Jolie lo dice cuando descubren a un niño sobreviviente de los asesinatos: “este niño me ha dado algo que antes no tenía, esperanza”. En la justicia, en que vale la pena insistir, en que vale la pena tener claro lo que queremos (podríamos decir como ejemplo, el tipo de respuestas que queremos de nuestras autoridades). En que resolver “mi problema” puede convertirse en un precedente para que otros no pasen por lo mismo que yo. Incluso puede ser que la solución de “mi problema” pase por resolver los primero los problemas de otros (como las reclusas del manicomio, que es una de las secuencias más dicientes de la película, a mi juicio).

Aunque esta sea una película que ya no está en las carteleras, bien vale la pena revisar, en cualquier rincón de alquiler, y no solo verla más de una vez, sino comentarla, con los amigos, con nuestros hijos, a ver cómo nos reflejamos en la terrible pero esperanzadora historia de Christine Collins y la Policía que le devolvió un hijo que no era el de ella.


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