El profesor Francesco Pellegrino nos invitó una vez a un experimento "socio-cultural": él tenía su lìnea telefónica dañada y la CANTV -en ese tiempo recién privatizada- no respondía su reclamo. Así que nos pidió que llamáramos todos para reportar su número, a ver si la presión por cuantía resultaba. Pero además, el reto era lograr hablar con la operadora por más de un minuto (ojo, la cuestión era poder comunicarnos y entablar una conversación "no-mecánica").
Luego de unois años, esa misma técnica me resultó a mí con una firma de abogados que confundió mi número y no quisieron creer que yo no era ni conocía a "Henry Aguilar". Lo cual desencadenó una jornada de acoso que fue creciendo con los días llegando a recibir hasta 8 llamadas al día amenazándome con juicios, embargos y cárcel -además del stress propio del acoso-. La técnica del profesor Pellegrino funcionó para mí. Le pedí a todos mis amigos y contactos de correo que devolviéramos el acoso al bufete. No recibieron menos de 100 llamadas (unas menos educadas que otras, gracias gente!) en dos días exigiendo que me dejaran en paz. No llamaron más.
Mi amigo Shauki propuso en otro blog hace algunos días un plan parecido. Bueno, más sutil también, pero un experimento "socio-cultural" digno de llevarse a cabo: qué tal si cada vez que fueramos a comer a un sitio de comida rápida y el cajero mal encarado o aburrido, o con desgano nos pregunte "¿Me puede decir su orden?", nosotros respondamos, pero con toda la seriedad y educación del caso: "TE ORDENO QUE SONRÍAS". Tan sencillo. A ver cómo reaccionan. Y sobre todo llevar un registro de cuántos cumplen la orden. ¿Quién se anota?
Luego de unois años, esa misma técnica me resultó a mí con una firma de abogados que confundió mi número y no quisieron creer que yo no era ni conocía a "Henry Aguilar". Lo cual desencadenó una jornada de acoso que fue creciendo con los días llegando a recibir hasta 8 llamadas al día amenazándome con juicios, embargos y cárcel -además del stress propio del acoso-. La técnica del profesor Pellegrino funcionó para mí. Le pedí a todos mis amigos y contactos de correo que devolviéramos el acoso al bufete. No recibieron menos de 100 llamadas (unas menos educadas que otras, gracias gente!) en dos días exigiendo que me dejaran en paz. No llamaron más.
Mi amigo Shauki propuso en otro blog hace algunos días un plan parecido. Bueno, más sutil también, pero un experimento "socio-cultural" digno de llevarse a cabo: qué tal si cada vez que fueramos a comer a un sitio de comida rápida y el cajero mal encarado o aburrido, o con desgano nos pregunte "¿Me puede decir su orden?", nosotros respondamos, pero con toda la seriedad y educación del caso: "TE ORDENO QUE SONRÍAS". Tan sencillo. A ver cómo reaccionan. Y sobre todo llevar un registro de cuántos cumplen la orden. ¿Quién se anota?
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